Columna originalmente escrita para el periódico El País, 27/12/2020
En estos duros meses de pandemia, he recurrido con frecuencia a una metáfora: la de que, con el COVID-19, los países también se enferman. Una prosopopeya basada en el hecho de que, a la luz de todos los estudios económicos internacionales, el coronavirus ha interactuado con los países del mismo modo que interactúa con las personas: aprovechándose de las precondiciones médicas, en este caso socioeconómicas, para exacerbar su impacto.
Siguiendo esta idea, los países que más han sufrido en esta pandemia han sido aquellos que tenían diabetes de pobreza y desigualdad, sobrepeso de informalidad, asma de productividad, arritmia de digitalización, pocas reservas de confianza ciudadana y debilidad institucional, entre otras afecciones.
Este ha sido el caso de Latinoamérica, que junto con Europa es una de las dos regiones del mundo más afectadas este año por el COVID-19.
Ante el comienzo de programas de vacunación masiva contra el coronavirus, es hora quizás de utilizar otra metáfora: la de los países que se curan. Ofrezco cuatro claves para una recuperación que nos lleve no sólo a la salida de la crisis, sino también a una mejor normalidad.
La primera clave es el tiempo. Es fundamental que Iberoamérica cuente con programas de vacunación masivos y asequibles lo antes posible. Mientras más rápido comencemos a frenar la pandemia y podamos desconfinarnos, más rápido podrán los niños volver a la escuela, las PYMES reabrir y la economía circular como solía. Pero es fundamental no dejar a nadie atrás: no solo a las personas con precondiciones médicas y a los sanitarios, sino también a los ciudadanos que con menos recursos y acceso en función de su raza, etnia, género, discapacidad o lugar de residencia.
La segunda clave es la confianza. Todo paciente sabe que su mente es su mejor aliada: hay que creer en los tratamientos, en uno mismo y en la propia posibilidad de curarse. En economía, esto es la convicción de crecimiento, que invita a la inversión y a apostar al futuro. En política, esto se conoce como “pacto social”: la afirmación de pertenencia a un colectivo, inclusivo y democrático, donde la respuesta es conjunta y a la vez diferenciada, como diferenciados son los impactos socioeconómicos de la pandemia, donde los enemigos nunca están en el “nosotros”, sino en los problemas que todos enfrentamos.
La tercera es la salud en el sentido amplio. Así como la vacuna no cura la diabetes, la inmunización colectiva no borra la pobreza ni las desigualdades. Las tareas pendientes –la salud y la educación universal de calidad, la mejora de los servicios públicos y la protección social– deben asumirse con valentía. Según proyecciones de la economista Nora Lustig y su equipo, la posibilidad de terminar secundaria en las familias más pobres puede bajar del 52% al 32%, los mismos ratios que veíamos para cohortes nacidos en la década de 1960. Evitar la deserción escolar y mejorar la calidad de la educación es, por tanto, una tarea impostergable.
Una recuperación sin reducción en pobreza, desempleo, desigualdad e informalidad, sin innovación, sin sostenibilidad ni equidad de género, no merece llamarse “recuperación” porque, aunque suba el producto interior bruto, también aumentarán la conflictividad social, los problemas de gobernanza y, sobre todo, el sufrimiento de amplios sectores de la población.
Por eso, hará falta proponer un tratamiento que vaya más allá de la mera enfermedad. Debemos imaginar y ofrecer una agenda de futuro, basada en una nueva economía, un nuevo modelo de empresa que vaya más allá de sus resultados, un nuevo pacto social. Apoyándonos en el desarrollo sostenible y la aceleración del uso de tecnologías digitales durante esta pandemia, debemos aprovechar la propia inercia de la recuperación para retomar la senda del crecimiento inclusivo y sostenible que tanto requieren nuestros países en el marco de la Agenda 2030.
Por último, la cuarta clave son las redes de apoyo. El enfermo no se cura solo. Tampoco Latinoamérica. Necesitamos un multilateralismo fortalecido, que ofrezca urgentemente nuevos esquemas de financiamiento y cooperación para nuestros países, que concrete programas de vacunación universales, afiance la lucha contra el cambio climático y comparta su prosperidad a través del comercio justo. En esta crisis hemos visto lo mucho que logramos cuando hacemos las cosas juntos, cuando el esfuerzo y la solidaridad son colectivos: la sociedad y la colaboración científica han salvado decenas de millones de vidas este año. Esta es la lección menos reconocida pero más importante de este año. Con ella hay que quedarse.
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