Columna originalmente escrita para el periódico Reforma,30/07/2019
El mes pasado, en una carta dirigida al Señor Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, manifesté la voluntad del organismo que presido de apoyar el Plan de Desarrollo Integral para México, Guatemala, El Salvador y Honduras.
Para ello pusimos a disposición nuestros programas de cooperación y nuestra experiencia en iniciativas de desarrollo, ofreciendo canalizar los recursos del FOMEXCID (Fondo Mexicano de Cooperación Internacional para el Desarrollo con Iberoamérica) hacia actividades concretas e inmediatas en el Triángulo Norte, con el objetivo de salvaguardar los derechos humanos de los migrantes que ahora atraviesan una situación sumamente crítica y de apoyar a las comunidades locales en la ardua tarea de recibirlos.
Las migraciones forzadas son dramas humanos universales. No hay a quien puedan serle ajenos. Cada imagen de los que caen en la epopeya interpela directamente nuestra propia humanidad. Nos hace sentir que la frontera no está allá lejos, bajo la responsabilidad de otros, sino que la frontera está cerca de cada uno de nosotros. Que el migrante no toca la puerta de la aduana, sino la puerta de la casa.
Cómo reaccionamos ante el fenómeno migratorio es quizás la pregunta fundamental de nuestros tiempos. No hay región que no tenga la obligación de responderla. En cada rincón del mundo, las migraciones son ahora múltiplos de lo que fueron hace una generación. Los tiempos, en definitiva, han cambiado.
En nuestro caso, el calentamiento global, el recrudecimiento del narcotráfico y la violencia, la crisis del café y la desaceleración económica en particular, han hecho caudales de los que antes eran riachuelos. Las travesías son también más peligrosas. Pero hay cosas que no han cambiado. La gente sigue yéndose sin querer irse. Las familias lloran la separación. El ser humano y sus derechos siguen valiendo todo y lo mismo.
El Plan de Desarrollo Integral es quizás la mejor muestra de la respuesta latinoamericana a la interpelación migratoria. Una respuesta que mira al fenómeno no como un reto de seguridad sino de desarrollo. Que busca atacar las causas estructurales y que coge fuerza de los valores que han hecho de nosotros una región abierta, como una orilla, al mundo.
Este tema me toca muy de cerca. Como centroamericana, como hija de emigrantes. Como huésped por muchos años de México, país al que considero un segundo hogar, país que me demostró en cada ocasión que pudo sus valores de generosidad, acogida y solidaridad. Por eso me aproximo a este tema no solo en condición de Secretaria General Iberoamericana, sino también en condición de ciudadana que conoce y quiere profundamente a su región.
México ha sido un país que siempre ha estado ahí para abrir la puerta. Que ha dado asilo a generaciones enteras de demócratas tanto europeos como latinoamericanos, algo que los que hemos hecho política en la región no podemos olvidar. Un país que ha ofrecido y estoy segura sigue ofreciendo pan incluso en sus hogares más humildes.
El Plan de Desarrollo Integral es quizás la mejor muestra de la respuesta latinoamericana a la interpelación migratoria. Una respuesta que mira al fenómeno no como un reto de seguridad sino de desarrollo. Que busca atacar las causas estructurales y que coge fuerza de los valores que han hecho de nosotros una región abierta, como una orilla, al mundo.
Quiero, por tanto, como Secretaria General Iberoamericana y a título personal, hacer un llamado a la ciudadanía centroamericana y a la comunidad internacional a que sumemos esfuerzos, en el marco del Pacto Migratorio de Marrakech, hacia el Plan de Desarrollo Integral para Centroamérica.
En estos cruciales tiempos que atravesamos, nuestra región tiene la oportunidad de dar el ejemplo. De encontrar la solución correcta a uno de los problemas más importantes de la época. Hará falta mucho esfuerzo y compromiso. Tener una mirada de largo plazo. Atarse al mástil para no oír los cantos de sirena, ni contagiarse del pesimismo que este debate tiende a despertar.
Para ello tenemos dónde empezar: en el ejercicio de ver en el espejo la experiencia de nuestra propia humanidad. En el recuerdo de las veces que han venido a tocarnos la puerta. Y, a pesar de todo, las hemos abierto.
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