Entre los protagonistas del boom de escritores latinoamericanos – que tan grande repercusión tuvieron en los años entre los años 60 y 80 del siglo pasado en la literatura universal, quizás Mario Vargas Llosa haya sido el que más cómodo se hubiera sentido bajo el denominativo de novelista iberoamericano.
No solo por el hecho de que el escritor peruano recientemente fallecido optó por la ciudadanía española sin perder la suya propia, motivado por la necesidad de dejar su país de forma casi definitiva durante el régimen autoritario de Alberto Fujimori, sino porque le sentaba muy bien eso de sentirse tan heredero de la cultura española como el que más, sin dejar por ello de querer ser siempre vecino del mundo.
Mario Vargas Llosa estuvo siempre interesado en la problemática histórico-política de buena parte de los países que forman Iberoamérica. Comenzando por todos los rincones de su país natal, desde su Arequipa a Piura, desde Iquitos y Loreto a la sierra andina y, por supuesto, sin dejar de lado el complejísimo entramado social de la ciudad de Lima que se reinventa en la que posiblemente sea su mayor novela, Conversación en la Catedral.
Y aquí una anécdota personal: tuve oportunidad de preguntarle a boca de jarro, cual consideraba él que era precisamente su mejor novela. Después de considerarlo un instante coincidió en que era precisamente Conversación en la Catedral. Sin embargo, acto seguido agregó que, la que más le había divertido escribir era Pantaleón y las visitadoras.
Siempre tuvo el autor arequipeño una mirada política, con una visión crítica de la realidad que lo circundaba, inventándose una manera de entender la historia enraizada en los más grandes pensadores peruanos. Todos ellos reconocibles en la búsqueda de una propia identidad. A José María Arguedas, no en vano, le dedicó uno de sus mejores ensayos, La utopía arcaica, en la que entra en un imposible debate socio ideológico con el autor de El zorro de arriba, el zorro de abajo.
Y luego adentrándose en el territorio de su infancia en Cochabamba, en Bolivia, en La tía Julia y el Escribidor: en la utopia política religiosa del norte de Brasil en La guerra del fin del Mundo, en el infierno de la dictadura de Leónidas Trujillo en República Dominicana, en la Fiesta del Chivo; o en la Guatemala de Arbenz, en Tiempos recios.
Siempre fue fiel a un estilo y una forma de escribir diáfanos, directos, sin enrevesamientos, ágiles y profundamente unidos a personajes a quienes dejaba ser y vivir en unas construcciones narrativas desafiantes que obligaban al lector a unas aventuras vertiginosas y muy cuestionadoras de la realidad, pero al mismo tiempo llenas de un entretenimiento mordaz, irónico, y a ratos jocoso.
A Vargas Llosa le inspiraba el deseo de concebir una literatura nueva, diferente, desde una perspectiva que recogía la tradición europea en todas sus vertientes, que dialogaba con sus corrientes literarias, pero que, al mismo tiempo, requería de un lenguaje propio que reflejara la realidad de la gente que habitaba el enorme territorio americano en el que las lenguas que provenían del viejo continente se entremezclaban con las lenguas originarias de quienes vivían allí desde siempre.
Poco importa si Vargas Llosa fue cambiando o no su derrotero ideológico. Si estuvo vinculado en su juventud a gobiernos de izquierda en América Latina y después a corrientes de derecha. Nunca cesó, en todo caso, en su defensa de los derechos humanos y de las libertades democráticas. En el fondo, su manera de ser y de estar siempre estuvo determinada por su afán de tratar de aprender y comprender, de dar a conocer, a través de una mirada única, intensamente poderosa y desafiante. Su oficio era el de ser escritor y siempre estuvo comprometido con su libertad individual de pensar, de cambiar, de decir su verdad y de expresarse por si mismo.
Su muerte deja, indudablemente, un vacío enorme, porque pocos han sido los autores latinoamericanos que han tenido un reconocimiento tan universal. Vargas Llosa fue un constructor de arcos y de puentes sobre los que se asienta Iberoamérica.
Desde la Secretaría General Iberoamericana, le rendimos nuestro más cálido homenaje.
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