Columna originalmente escrita para el periódico El País, 30/03/2020
La crisis económica del coronavirus es producto de varias causas, no todas imprevisibles y no todas relacionadas con la Covid-19. En primer lugar, tenemos un shock simultáneo en la oferta y la demanda. Las cuarentenas han dejado en casa tanto a trabajadores como consumidores, generando un formidable efecto dominó en toda la economía. Por un tiempo cuya duración aún es incierta, la actividad mundial se verá inmensamente reducida, algo que pone en riesgo la supervivencia de innumerables empleos y empresas, así como la subsistencia diaria de millones de trabajadores autónomos e informales.
En consecuencia, distintos mercados han empezado a desplomarse, llevando a algunos a una incipiente crisis crediticia, particularmente en el sector de comercio minorista, turismo, materias primas y aerolíneas. Como agravante, muchas compañías dedicaron sus ingresos en los tiempos buenos a la recompra de sus propias acciones en lugar de invertirlo en innovación y en mejoras de su productividad. Este es un aspecto que responde a procesos anteriores al virus. En retrospectiva, muchos mercados estaban infravalorando el riesgo de sus bonos y acciones. Si bien era imposible predecir una pandemia, no era imposible prever eventualmente un año de vacas flacas.
Otra vez el marco regulatorio se ha mostrado inadecuado para controlar los excesos del mercado. La crisis del coronavirus, por tanto, ha generado efectos tanto imprevisibles (shock exógeno a la oferta y la demanda) como previsibles (corrección de precios en algunos mercados financieros).
Por lo tanto, debemos asumir que la economía que saldrá de la crisis no será la misma que la que entró. La medida real del éxito de las políticas públicas no debe ser que las Bolsas vuelvan a sus cumbres ya insostenibles, sino lo que le suceda a la economía real. Hasta la fecha, las principales economías han empezado a tomar medidas contundentes, la mayoría bien dirigidas hacia empresas y trabajadores. Según cálculos de The Economist, el paquete promedio de estímulo de las principales economías se acerca a un impresionante 20% de su PIB.
La gran parte de los países latinoamericanos están tomando medidas preventivas adecuadas para proteger a la población del coronavirus y medidas económicas heroicas para responder a esta situación.
En este marco, especial atención requiere lo que está pasando en Latinoamérica, afectada doblemente por la crisis de la Covid-19 y por lo que está pasando en las economías desarrolladas, que ha generado una salida de capitales y un fortalecimiento del dólar, lo que agrava aún más la crisis de la deuda. Claro está que América Latina no tiene espacio fiscal para anunciar medidas de 20% del PIB. La región es particularmente vulnerable a esta crisis. Recientemente, hemos vivido los peores seis años de crecimiento desde la II Guerra Mundial. Los niveles de pobreza se encuentran alrededor del 30% de la población y otra tercera parte está en los sectores vulnerables que tienen muy baja resiliencia a los shocks externos. La mayoría está inmersa en el sector informal de la economía sin seguridad social o redes de protección.
La gran parte de los países latinoamericanos están tomando medidas preventivas adecuadas para proteger a la población del coronavirus y medidas económicas heroicas para responder a esta situación. Sin embargo, sin una acción decidida de los bancos de desarrollo y unas reglas del juego claras y flexibles por parte de las instituciones financieras internacionales y de las calificadoras de riesgo, las consecuencias económicas serán severas y el aumento de la pobreza y la desigualdad, así como el empobrecimiento de las clases medias, pondrán en jaque a los Gobiernos y a los sistemas políticos de la región.
El FMI y el Banco Mundial pidieron en un reciente artículo del Financial Times un alivio de la deuda para los países más pobres del planeta. Olvidar las consecuencias sobre los llamados países de renta media en esta crisis, una crisis que como bien dice Nora Lustig es una crisis sin culpables, sería un grave error. Latinoamérica requiere hoy más que nunca líneas inmediatas y flexibles de crédito de los bancos de desarrollo y unas reglas del juego que les permitan tomar las medidas necesarias y suficientes para proteger adecuadamente a su población y a sus economías.
La prioridad ahora es la gente. A diferencia del 2008, en esta crisis el centro de gravedad no está en los mercados financieros sino en la economía real, en esa suerte de mayoría invisible que son las pymes y los trabajadores. Aquí ya no cabe la palabra austeridad. Cuando este temporal pase, ojalá ese cambio de foco permanezca y que saquemos las conclusiones correctas de esta crisis para que se fortalezcan el multilateralismo, la cooperación y la solidaridad en la defensa del bien común.
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