Columna publicada en el suplemento especial en Le Monde Diplomatique en español, 01/02/2018
Hay cosas que se entienden de inmediato por sus usos: como una cuchara o una silla. Lo mismo podía decirse –hasta ahora– del multilateralismo. Muchos reconocen su finalidad original en cada respiro de paz del siglo XX, en los más sinceros intentos de sanar las heridas de las guerras más sangrientas de nuestra historia. Pero 70 años después, en un mundo con grandes transformaciones y quizás (como indican algunas encuestas) más preocupado por la incertidumbre, más mareado por el fantástico torbellino tecnológico que lo rodea, y más desesperanzado, ese propósito inicial resulta lejano.
Para muchos ciudadanos, la vida empieza no hace 70 años, sino esta mañana. En la cotidianidad de sus retos y en la rutina de sus obstáculos. En la incertidumbre diaria que les oculta, en su complejo enramado, un multilateralismo que no conocen a pesar de ser la mejor herramienta para ayudarlos.
Las voces que arremeten contra el multilateralismo se han aprovechado de esto. De que es fácil negar lo que no se conoce; de que, si bien la globalización es algo rutinario para mucha gente, no deja de ser difícil ver el entramado estructural que la sustenta. Más aún cuando nos pasamos la vida preocupados y distraídos por problemas que vemos como de mayor envergadura, problemas que a menudo pensamos estar enfrentando en solitario. Y es ante ellos y ellas, ante esta inmensa cohorte de jóvenes, trabajadores, mujeres o migrantes, ante la cual el multilateralismo iberoamericano ha tenido que revitalizarse, fortalecerse para poder ser apreciado no por algún slogan peregrino, sino por sus usos y valores a la hora de ayudar a la gente en su día a día.
El multilateralismo en nuestra región sí tiene y puede tener efectos muy tangibles
La realidad es que el multilateralismo en nuestra región sí tiene y puede tener efectos muy tangibles. Tan patentes como un plato de comida en un campamento de migrantes, tan manifiesto como un cielo azul en una ciudad otrora contaminada. En la carta que anuncia una beca para estudiar al otro lado del Atlántico, en la desaparición de una ley que atentaba contra los derechos patrimoniales de la mujer, en la aprobación de un crédito para expandir el negocio al otro lado de la frontera.
Ambición con resultados concretos
Esto teníamos en mente cuando, en conjunto con la Secretaría Pro Témpore de Guatemala, enfocamos nuestra reciente XXVI Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno en el compromiso de la región con la Agenda 2030 de las Naciones Unidas: los Objetivos de Desarrollo Sostenible para conseguir un mundo más próspero, inclusivo y sostenible.
La premisa era sencilla: en un momento de creciente polarización y desconfianza, de gran incertidumbre, de crecimientos mediocres, de retrocesos en el combate a la pobreza y las desigualdades, y de tantos más retos presentes y futuros, nuestra región no tenía otra opción sino la de apostar por un programa de acción lo suficientemente ambicioso como para responder en par a la enormidad de nuestros desafíos.
Un programa que convocara de abajo hacia arriba a todos los sectores de nuestra sociedad. Que no dejara atrás ni la reducción de la pobreza, ni el aumento de la calidad de nuestra educación, ni a las poblaciones indígenas ni a las clases medias urbanas, sino que viera a todas estas metas como partes de un todo interconectado, repleto de posibles acciones conjuntas y sinergias. Que fuera propositivo, global, sostenible e incluyente. Pero, sobre todo, que fuera un programa que nos hiciera acordar desde un principio el “qué” —los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030— para poder dedicarnos directamente al “cómo”. Que no se quedara en el llamado, sino que diera resultados concretos. Resultados que nuestra ciudadanía pudiera palpar con sus propias manos.
Y en la XXVI Cumbre Iberoamericana que realizamos el 15 y 16 de noviembre en La Antigua, Guatemala, eso fue precisamente lo que sucedió. Cuando nuestros 15 Jefes de Estado y de Gobierno iniciaban la reunión plenaria, tenían ante ellos para firmar no una declaración, sino un compromiso. Un compromiso que había sido construido desde abajo, tal como demanda la Agenda 2030, por cada uno de los sectores de nuestro espacio iberoamericano: comunidades indígenas, jóvenes, universidades, personas con discapacidad, empresariado, ministros, cancilleres, sociedad civil, mujeres, afrodescendientes, presidentes y gobiernos locales. Un compromiso que incluía serias propuestas en y para cada una de sus áreas.
Desde un informe sobre las leyes que obstaculizan el empoderamiento económico de las mujeres iberoamericanas, que servirá para que nuestras asambleas y congresos avancen con la agenda de género, hasta un catálogo de acciones con las que nuestro empresariado se comprometió para impulsar el crecimiento inclusivo y sostenible.
Desde el lanzamiento del portal Campus Iberoamérica para impulsar la movilidad académica en nuestra región, que permitirá que ese estudiante de Guanajuato pueda hacer un semestre de investigación en Lisboa, hasta el aporte de Iberoamérica al Pacto de Marrakech sobre la migración; desde el compromiso unánime con la universalización del precio justo del café y con el sustento del trabajo de cientos de miles de campesinos centroamericanos, hasta el lanzamiento del primer Programa Iberoamericano para los Derechos de las Personas con Discapacidad.
Desde la creación del Observatorio Iberoamericano para el Cambio Climático, hasta el entrelazamiento de una red de startups e incubadoras de negocios iberoamericanas; todo parte y producto de la Agenda 2030, de sus metas y sus enunciados.
Doble éxito: diálogo y compromiso
En suma, el multilateralismo ha obtenido un logro doble en esta XXVI Cumbre Iberoamericana. Por un lado, en un momento de crecientes retóricas polarizadoras y proteccionistas consiguió reunir a una gran mayoría de nuestros Jefes de Estado y de Gobierno, y a altas autoridades de gobierno de todos nuestros 22 países, para que acordáramos metas, proyectos e iniciativas comunes y renováramos el compromiso de nuestra región con el multilateralismo. Y, por otro lado, conseguimos que de esos acuerdos salieran acciones concretas, medidas que tienen rostros humanos y que darán, en definitiva, valor concreto a nuestro multilateralismo.
Sabíamos que este sería un trabajo difícil. Que vivimos en un mundo donde las malas noticias suelen tener más audiencia que la buenas y donde, ante la incertidumbre, el cambio y la enormidad de nuestros retos, nuestra ciudadanía se encuentra en una encrucijada de mil caminos falsos y contradictorios. Una encrucijada en la que espera cada vez con menos paciencia y quizás con menos confianza en sus dirigentes y en sus instituciones.
Pero también sabíamos que la Agenda 2030 es para la gente. Para ese joven que empacó sus pocas pertenencias y huyó de la violencia en su país; para aquellos que se nos han ido con su potencial y sus ganas; para esa muchacha que fue primera generación en su familia en asistir a la universidad y hoy lucha por encontrar trabajo en un mercado laboral caracterizado por la informalidad. Para esa mujer que intenta balancear su carrera profesional y su rol de madre. Para ese pescador que hoy ve el sustento de su familia peligrar por causa de la degradación de los mares. Para ofrecerle a aquel que está en la encrucijada un camino más; un camino que no tenga que emprender solo y que le ofrezca un destino a la vez posible y luminoso.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible son para ellos; la Cumbre en Guatemala fue para ellos. Ahí está el futuro de los iberoamericanos y el futuro del multilateralismo en nuestra región.
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