Columna de opinión publicada originalmente en El Nacional, 05/11/2018
En breve se celebrará en La Antigua, Guatemala, un encuentro histórico: la XXVI Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno. El 15 y 16 de noviembre todos los presidentes y primeros ministros de cada uno de los 22 países que conforman el espacio iberoamericano se encontrarán en un mismo ámbito, con una misma lengua, para hablar del futuro de nuestra región.
Este encuentro cobra doble importancia por el momento en el que llega. Pues desde la última Cumbre que realizamos, hace dos años en Cartagena de Indias (Colombia), nuestra región no ha vuelto a sentarse en una misma mesa: muchos de nuestros mandatarios, de hecho, se verán cara a cara por primera vez en La Antigua.
Por otra parte, esta Cumbre que llevamos ya mucho tiempo preparando, es una cita entre nosotros y con la historia: Iberoamérica, una región que siempre ha apostado por estar abierta al mundo, está ahora ante una inmensa encrucijada.
Corren tiempos de desajustes geopolíticos, venidas de grandes cambios tecnológicos y sociales, discursos fragmentarios y que polarizan. Tiempos, quizás, que por su complejidad nos han tenido distraídos y cabizbajos, pero a los que no tenemos el lujo de ignorar, o dejar pasar, discutiendo entre nosotros.
Estos tiempos son un llamado histórico a que retomemos el hilo. A que encontremos nuevamente el camino, miremos hacia adelante y nos echemos a andar.
Un desafío global
Esta Cumbre está enfocada en el compromiso iberoamericano con la Agenda 2030 de las Naciones Unidas, que se presenta como el único esfuerzo positivo posible en la actualidad. Un esfuerzo que mira a la realidad continuamente a los ojos y que, a través de sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, plantea soluciones de punta y probadas nos dirige a cada uno de los retos que enfrentamos: las desigualdades, la pobreza y el hambre, la desconfianza institucional, el trabajo, la violencia, la disrupción tecnológica y la degradación ambiental, entre otros.
La Agenda 2030 no ofrece un “qué”, sino un “cómo”. No es una tarea por cumplir, sino una herramienta para hacerlo. La intención de esta Cumbre, por tanto, es que nos comprometamos con esta hoja de ruta ambiciosa, optimista y realista. La Agenda 2030 nos ofrece el único camino positivo que podemos retomar para salir de esta encrucijada histórica y llegar al futuro con los deberes cumplidos.
La Agenda 2030 no ofrece un “qué”, sino un “cómo”. No es una tarea por cumplir, sino una herramienta para hacerlo.
Esta será la vigésimo sexta Cumbre Iberoamericana en nuestra historia. Una viva muestra de la vigencia de este espacio tan importante y de su continuidad ante los muchos cambios que ha experimentado nuestra región.
En estos 27 años, América Latina cuadruplicó su ingreso per cápita y reconfiguró su arquitectura social. Por primera vez hay más latinoamericanos viviendo en la clase media que bajo la línea de pobreza. Tres países latinoamericanos pertenecen hoy al G20 y otros tres son miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), donde comparten foro con España y Portugal. Iberoamérica hoy cuenta con una ciudadanía mucho más activa y exigente, que demanda servicios de calidad y que es menos tolerante a la corrupción, al desperdicio, a la ineficiencia y a la desigualdad.
Espacio vigente y oportuno
La historia pudo haber sido muy distinta. Es fácil imaginar un escenario en que las Cumbres Iberoamericanas sucumbieran ante el desinterés, el recelo o la desconfianza; por el peso de posturas inflexibles, impositivas o defensivas, o por causa de diferencias percibidas como irreconciliables.
Si el espacio iberoamericano pudo mantener su validez y oportunidad, fue precisamente porque los actores políticos han sabido emplearlo como plataforma para articular una visión común de futuro y para promover valores compartidos. Porque en cada encrucijada decidimos coger el camino correcto.
Si digo que esta XXVI Cumbre Iberoamericana es una cita con la historia, es porque ella nos juzgará.
Porque futuras generaciones se preguntarán qué hizo Iberoamérica en el momento más crítico del trayecto. Si ante esta nueva bifurcación en el sendero elegimos la desesperanza, el conflicto, la puerta cerrada; nos dejamos llevar por el temor al cambio y al vecino. O si, por el contrario, decidimos unirnos en tiempos de desunión, afrontar la disrupción en momentos de incertidumbre, seguir hacia adelante cuando la corriente nos da la vuelta.
La cita es el 15 y 16 de noviembre en La Antigua, Guatemala. Y no solo los jefes de Estado y de Gobierno de 22 países han sido invitados a sumarse a esta agenda de cambio: todos los iberoamericanos e iberoamericanas están llamados a acompañarnos con sus esfuerzos. Solo unidos en nuestro compromiso con la Agenda 2030 podremos construir “una Iberoamérica próspera, inclusiva y sostenible”, como reza el lema de la Cumbre.
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