Columna originalmente escrita para el periódico El País, 03/06/18
En un contexto en que se alzan demasiadas voces a favor del nacionalismo económico, Europa y América Latina tienen la oportunidad de convertirse en los principales defensores de la integración económica internacional.
De culminar exitosamente estos procesos, se daría la situación excepcional de que casi todos los países latinoamericanos compartirían un acuerdo comercial con la UE, sumando un mercado de 1.100 millones de personas. Sería también una plataforma privilegiada para iniciar un proceso de armonización y convergencia de normas técnicas y reglas de origen, que permitan mayores cadenas de valor y una inserción internacional capaz de generar crecimiento estable, mayor diversificación productiva y suficiente empleo de calidad. Estas condiciones son necesarias para combatir unos índices de pobreza y desigualdad excesivamente altos para nuestras aspiraciones democráticas.
El 53% de la inversión extranjera directa (IED) que América Latina recibió en el año 2016 provino de Europa, que es también el segundo destino de las exportaciones de la región.
Estos acuerdos constituyen la continuación natural de una relación que ha venido consolidándose a través del tiempo. El 53% de la inversión extranjera directa (IED) que América Latina recibió en el año 2016 provino de Europa, que es también el segundo destino de las exportaciones de la región. Por su parte, América Latina es un importante destino de inversiones europeas, especialmente españolas: uno de cada tres dólares de IED que España invierte en el exterior se dirige a América Latina.
Existe todavía mucho margen para la acción. Uno de los ámbitos en donde podemos avanzar en los próximos años es la movilidad académica, intraempresarial, de emprendedores e inversores. Según datos del Ministerio de Educación español, la mayoría de los jóvenes universitarios latinoamericanos eligen España para realizar sus másteres y posgrados en el exterior. Siendo América Latina una de las regiones con menor movilidad académica, los avances que logremos en esta materia pueden tener un poder transformador de nuestras economías y nuestras sociedades, igualando oportunidades y afianzando aún más las sinergias con el continente europeo.
Por esta razón, desde la Secretaría General Iberoamericana venimos impulsando Campus Iberoamérica, para alcanzar más movilidades académicas para nuestros estudiantes, profesores e investigadores, y lograr una mayor empleabilidad de nuestros jóvenes. Finalmente tenemos todavía mucho espacio para fortalecer la integración al interior de América Latina. Nuestra integración regional sigue siendo débil, a pesar de ser una demanda expresa de nuestras poblaciones: cuatro de cada cinco latinoamericanos quieren una mayor integración regional económica y, sin embargo, menos de una quinta parte de las exportaciones de América Latina se destinan al comercio intrarregional.
Todo ello se ha debatido en el X Foro Económico Internacional de América Latina y el Caribe, organizado la semana pasada por el Ministerio de Economía de Francia y la OCDE. Como en muchos otros foros en los que he tenido ocasión de participar en los últimos meses, el encuentro confirmó la percepción de los actores políticos y económicos de que la relación entre América Latina y Europa tiene ante sí una ventana de oportunidad que no deberíamos desaprovechar. Estoy convencida de que Europa y América Latina son dos regiones bien posicionadas para dar un paso al frente en este contexto internacional incierto, pues hemos construido un intercambio sobre bases sólidas y sobre una sintonía en los valores, en la defensa del diálogo, la cooperación, el multilateralismo, un crecimiento económico más equitativo y la búsqueda de la paz.
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