Columna originalmente escrita para el periódico El País, 22/02/18
Las rompedoras del silencio” fue el título que utilizó la revista Time para nombrar personaje del año a las mujeres protagonistas del movimiento #MeToo. Más allá de las necesarias denuncias sobre acoso sexual que constituyen la esencia de este movimiento, se ha abierto en la sociedad una conversación más amplia sobre la desigualdad de género. Las historias que han compartido miles de mujeres a lo largo de los últimos meses son reflejo de graves desequilibrios de poder en nuestros ámbitos de trabajo, desequilibrios que solo podrán corregirse a través de la igualdad real y efectiva de la mujer, incluyendo su empoderamiento económico y su presencia en los puestos de toma de decisión. Para ello, se requiere de la participación activa y transformadora de hombres y mujeres: esta debería ser una lucha de toda la sociedad porque beneficia a toda la sociedad.
La desigualdad económica es una de las más persistentes que afectan a las mujeres. A pesar de la masiva incorporación femenina a la universidad y a los más altos niveles de formación, la brecha económica de género ha venido creciendo. Se estima que, al ritmo actual, tardaremos 217 años en alcanzar la igualdad. ¡Las mujeres no podemos esperar al año 2.234 para tener el mismo acceso al empleo y ganar los mismos salarios que los hombres!
Bastan algunos datos: hay más hombres llamados John al frente de las 1.500 mayores empresas del índice S&P que todas las mujeres directivas juntas. En América Latina, las mujeres reciben 84 centavos por cada dólar que reciben los hombres por trabajo de igual valor. Lo que es peor: la brecha salarial aumenta con el nivel educativo. Las mujeres con más de 13 años de estudios ganan 74 centavos al dólar y se encuentran dramáticamente subrepresentadas en los cargos ejecutivos. Para abordar estas brechas, recientemente acompañamos el lanzamiento de la coalición por la igualdad salarial EqualPay en América Latina, una iniciativa de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) liderada en nuestra región por el Gobierno de Panamá.
Combatir la brecha salarial es indispensable, pero es urgente también implementar mecanismos para la conciliación familia-trabajo y revisar los roles de género que aún imponen barreras al desarrollo laboral de las mujeres y les asignan cargas desproporcionadas en el manejo del hogar.
Una sociedad no se puede entender sin cuidados, son indispensables para la vida humana. El llamado que hacemos es, más bien, a valorizar los cuidados: requerimos de la corresponsabilidad entre mujeres y hombres, pero también de toda la sociedad. En el mundo, todavía las mujeres realizan hasta el triple de trabajo no remunerado que sus pares masculinos, un trabajo invisible que representa más de un tercio de la economía global, sobrepasando sectores como la manufactura o el transporte.
Los Gobiernos son cada vez más conscientes de que la desigualdad de género no es solo una injusticia, es también una colosal pérdida de oportunidad. Tan solo en América Latina se estima que el PIB per capita crecería un 34% adicional al año 2025 si lográramos la plena inclusión económica y laboral de las mujeres. Está demostrado que el empoderamiento económico femenino eleva la productividad de las empresas y es un factor determinante en el combate a la pobreza. Más de un tercio de la impresionante reducción de la pobreza y la desigualdad en América Latina desde el cambio de siglo se explica por la incorporación laboral de las mujeres.
A pesar de los logros que hemos registrado en las últimas décadas, queda todavía mucho por hacer. Desde la Secretaría General Iberoamericana hemos asumido el compromiso de abogar activamente por la eliminación de todas las leyes discriminatorias que impiden el empoderamiento económico de las mujeres. Muchas de estas leyes refuerzan el estereotipo de debilidad femenina, la idea de que necesitamos protección y tutelaje en lugar de igualdad.
El carácter de este siglo estará determinado por cuánto avancemos en esta dirección. El empoderamiento económico de las mujeres es la llave para un futuro que nos conviene a todos, un futuro diferente, un futuro en que las “rompedoras del silencio” se conviertan, por fin, en rompedoras de los techos de cristal.
See related topics