Por Andrés Allamand, Secretario General Iberoamericano.
El año pasado dos miradas puntuales se entrecruzaron en América Latina: mientras la prestigiosa The Economist hacía ver que la región tenía la posibilidad de transformarse en la “superpotencia” de materias primas del siglo XXI impulsando al mismo tiempo su propio y esquivo desarrollo, innumerables despachos de prensa daban cuenta de la crisis de seguridad ciudadana aludiendo a un fenómeno extendido: las garras del narcotráfico y del crimen organizado son una amenaza objetiva para la democracia.
La dualidad expuesta refleja una encrucijada que no es nueva para América Latina. Las oportunidades de progreso están atadas a factores que las lastran. La región para liberar su enorme potencial debe despejar los segundos y hacer prevalecer las primeras. América Latina tiene por delante dos desafíos principales que son, al final del día, caras de la misma moneda: mejorar la gobernabilidad democrática e impulsar el crecimiento económico.
La gobernabilidad democrática está hoy erosionada. Y quizás el factor más acuciante sea la fragmentación política – en parte consecuencia de la evaporación de los partidos políticos institucionalizados– que condena a los gobiernos a ser minoría en sus parlamentos. Tal situación se ha vuelto la regla general y conduce a un rampante desprestigio de la actividad política. Los gobiernos que asumen se ven sumergidos en interminables negociaciones para intentar formar coaliciones que les permitan sacar adelante, aunque sea en parte, los programas por los que fueron elegidos o deben enfrascarse en enrevesadas tratativas para lograr la aprobación de cada ley. Lo anterior conduce al prematuro desgaste gubernativo, a la frustración ciudadana y a la parálisis de la gestión estatal. Como si ello no fuera lo suficientemente grave la polarización política se ha entronizado en la mayoría de los países haciendo aún más difícil alcanzar acuerdos.
En el ámbito económico el pronóstico no es auspicioso. La perspectiva global es de bajo crecimiento, lo que reflota el fantasma de las «décadas perdidas», esto es, aquellas en que los exiguos resultados de la economía fueron insuficientes para mitigar la pobreza y reducir la desigualdad. La baja productividad y la alta informalidad, por mencionar apenas un par de factores, siguen muy presentes y obstaculizan el impulso de las actividades productivas.
La inseguridad jurídica, derivada en parte de la inestabilidad política, es un freno para las indispensables inversiones y la corrupción no sólo drena recursos públicos hacia manos inescrupulosas, sino que entorpece el sano devenir de la economía.
Es cierto que para resolver ambas variables –gobernabilidad y crecimiento– no hay “balas de plata”, pero es igualmente efectivo que no son desconocidas las reformas para afianzarlas. La ruta hacia un mejor futuro no es terra ignota ni tampoco una zona inexplorada como la que aparecía dibujada en los mapas antiguos bajo una leyenda elocuente: “Hic sunt dracones”.
El problema que parece ensombrecer el futuro de América Latina es que, al interior de los países, no se vislumbran estrategias compartidas de buen gobierno y alto desarrollo. Basta revisar la ruta de los países exitosos en el mundo para advertir que tras sus trayectorias siempre hubo un consenso amplio sobre las bases y principios fundamentales en que cimentar el progreso. En otras palabras, tuvieron un proyecto nacional.
Nada de eso ocurre en América Latina. El clima es de marcado antagonismo entre las fuerzas políticas; hay más encono que amistad cívica. La polarización domina el paisaje. Hoy es más necesario que nunca que emerjan consensos idóneos para elevar los menguados rangos de confianza interpersonal e institucional. Es hora de construir proyectos nacionales.
No hay duda de que un giro en el ambiente político para llevarlo del conflicto desatado a la concordia pactada no generaría mayor revuelo en las estridentes redes sociales.
Sin embargo, la polarización retrocedería y se pavimentaría el camino hacia sociedades más justas, prósperas e igualitarias.
Publicado originalmente en el diario El Mundo, el 2 de enero de 2024.
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