Columna originalmente escrita para el periódico El País, 18/12/16
El 2016 pasará a la historia como “el fin del fin” del siglo XX. Muchos han señalado la conexión entre los sucesos de este año y los procesos que dieron inicio con la caída del Muro de Berlín: una globalización acelerada, la transferencia de poder del Norte al Sur y del Oeste al Este, el efecto disruptivo de los adelantos tecnológicos, y las profundas transformaciones que estos procesos generaron en todos los niveles de la sociedad.
Para Iberoamérica, este fue un año de éxitos y desafíos. Nuestras instituciones superaron pruebas muy difíciles, desde la celebración de los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro hasta la atención de la emergencia ocasionada por el virus del zika y el terremoto en Ecuador. Cinco países sostuvieron elecciones generales (España, Nicaragua, Perú, Portugal y República Dominicana), Brasil concluyó el proceso de impeachment, el entonces presidente Obama realizó su histórica visita a Cuba, y se realizaron distintas consultas populares y elecciones subnacionales. Recibimos la sorpresa del rechazo al Acuerdo de Paz en el plebiscito de Colombia y, hace apenas unos días, celebramos la aprobación legislativa del nuevo Acuerdo, poniendo fin al conflicto armado más antiguo del Hemisferio Occidental.
Hoy los gobiernos tienen mayores herramientas y han logrado preservar su estabilidad macroeconómica
La región enfrentó su segundo año consecutivo de contracción económica, algo que no ocurría desde la década de los ochenta. Afortunadamente, hoy los gobiernos tienen mayores herramientas y han logrado preservar su estabilidad macroeconómica, aunque es muy preocupante el retroceso en los indicadores de pobreza y desigualdad que hemos empezado a observar. No obstante, la mayoría de los analistas coincide en que la economía regional se levantará en 2017 y que ya estamos viendo signos de recuperación.
Tal vez la conclusión más simbólica de este año sea el fallecimiento de Fidel Castro, un ícono de la política del siglo XX y una figura de enorme peso en la región. Su muerte acentúa la certeza de que nos encontramos ante una Iberoamérica distinta a la de hace un cuarto de siglo. Nuestra región ha cambiado con el mundo.
Algunas de las transformaciones que hemos visto han sido muy positivas, como la reducción de la pobreza a nivel global, el avance en salud y educación en todas las regiones, o la revolución en las comunicaciones. Otros cambios han sido más problemáticos, como el aumento de la desigualdad o los efectos del consumo sobre el medio ambiente. La rapidez de estos movimientos ha generado una sensación de vulnerabilidad en amplios sectores de la sociedad. En los países occidentales, muchos perciben el libre comercio y la migración como una amenaza, y esto se ha traducido en desafección hacia las instituciones democráticas y desconfianza frente a los líderes políticos.
¿Cómo preservar los avances alcanzados bajo el orden global emergido de la Segunda Guerra Mundial, a la vez que atendemos las legítimas demandas de una población que se siente relegada? ¿Cómo profundizar el multilateralismo y la cooperación en un contexto geopolítico fragmentado y de voces estridentes que claman por un retorno al aislacionismo y al nacionalismo?
Iberoamérica ofrece un ejemplo alentador: una región que apuesta por la paz, a la cooperación y al multilateralismo como forma de abordar los conflictos y los desafíos del desarrollo. No es casualidad que este año hayamos celebrado, en cuestión de semanas, la elección del exmandatario portugués António Guterres como Secretario General de las Naciones Unidas, el otorgamiento del premio Nobel de la Paz al presidente Juan Manuel Santos, y la XXV Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, que tuvo lugar en Cartagena de Indias en el mes de octubre.
Somos uno de los pocos ejemplos en el mundo de un espacio de diálogo político ininterrumpido, al más alto nivel, entre más de una veintena de países. Esa continuidad ha superado diferencias políticas e ideológicas considerables, y numerosos procesos electorales a lo largo de los años. A pesar de ello, el diálogo y la cooperación regionales se han mantenido, se han fortalecido y se han profundizado, lo que confirma que es posible encontrar territorio común y trabajar sobre las coincidencias, aun reconociendo la diversidad y aun en medio de la incertidumbre y la complejidad de la actualidad global.
Esperamos que en el 2017 la región mantenga su compromiso con la diplomacia, con el diálogo, con la cooperación, con la paz y con la democracia. El mundo sin duda lo necesita.
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